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El hombre que cedió su voz
La radio se ha convertido en el principal medio de difusión del cabildo guambiano en Silvia, Cauca. Allí “Namuy Wam” es la líder en sintonía. Pedro Chabaco, su coordinador, cuenta la travesía para llegar donde está y la importancia que tiene este medio que dirige.
Son las cuatro de la mañana y el frío inclemente se apropia de todo Silvia. Ese pequeño municipio que pertenece al Cauca y que es territorio de paz en medio de un departamento tan convulsionado. Don Pedro Chabaco, un hombre indígena que pertenece a la cultura Misak, ya está listo para ayudar a sus padres en las labores de la granja. Toma aguapanela caliente para vencer la baja temperatura y sale a la ayudar. A pesar de que es tan temprano el tiempo no le rinde porque cuando mira su reloj ya faltan treinta minutos para las seis de la mañana. A esa hora don Pedro tiene emisión en la radio del cabildo donde dirige el programa informativo de la mañana. A menos de veinte minutos de empezar y sin haber llegado al lugar donde se transmite la radio su celular timbra.
— ¿Aló?, qué más tata, ya voy saliendo para allá—, le dice en guambiano al tata Eduardo quien es su compañero de programa.
— Véngase rápido para que cuadremos los detalles del programa—, dice el tata Eduardo en guambiano.
Caminando hacia el lugar donde se transmite el programa Chabaco recuerda los momentos en el que circulaba por esas mismas carreteras sin saber que sería el director de la emisora del cabildo a donde pertenece.
Veintiún años atrás la vida de don Pedro no era más que preguntas acerca de su futuro y cómo ayudar en su cabildo y en su comunidad. Era 1997 y Pedro era solo un joven de 23 años. Un día su tío, Manuel, un tata como le dicen a los mayores dentro de la comunidad Misak, le dijo que había oído de unos cursos sobre curtiembres, la práctica de trabajar la piel de los animales para convertirla en cuero, que estaba dando la Universidad del Cauca. Pedro sin saber ni siquiera en qué consistía fue al programa.
— Lleve azadón y pica, mijo, ahí le van a enseñar como hacer todo—, le recordaba el tío a Pedro
Al día siguiente Chabaco alistó todo y se fue para Guambia, un lugar a treinta minutos del casco urbano, donde eran las capacitaciones. Durante el viaje Pedro solo pensaba en si eso era lo que realmente quería, pero también sabía que no había elección porque algo tenía que ponerse a hacer.
Llegó al resguardo guambiano. Frotaba sus manos y encogía sus hombros para coger calor mientras miraba a las personas que también estaba esperando a tomar alguno de los cursos. De repente varios amigos de Pedro se le acercan a hacer la charla mientras esperan. “Quiubo Pedro, ¿cómo va todo? ¿cómo está la familia?”, preguntó uno de sus amigos.
Chabaco observaba con detenimiento y notó que había varios cursos que se estaban ofreciendo. Sus amigos se presentarían para el programa de comunicación. Chabaco para no sentirse solo y por acompañar a sus compinches se metió a ciegas a aprender el arte de comunicar.
Se sentó en una de las frías sillas del salón. Dejó en el piso los elementos de trabajo que llevaba y que desde ese momento eran inútiles para el curso que había tomado. La clase de introducción comenzó sin retraso.
Ese fue tan solo el primer día de los 3 años restantes que estuvo aprendiendo sobre las comunicaciones en las regiones y las zonas aparatadas del país. Desde el resguardo y después, para sus prácticas, en la sede de comunicación social de la Universidad del Cauca en Cali aprendió más que nunca y le cogió amor al oficio. Con los años Chabaco ya tenía la teoría, pero ahora era momento de poner lo que le habían enseñado en práctica.
En su condición de indígena tenía la posibilidad de participar como practicante en la radio del cabildo a donde pertenecía, pero tenía que presentarse a un concurso de méritos para que fuera escogido. Terminó entre los cuatro mejores y entró al comité de comunicaciones. A pesar de que solo duró unos años Chabaco estaba haciendo lo que siempre quiso: servir a su comunidad.
Pedro estuvo en diferentes puestos dentro de la comunidad. Fue coordinador de comunicaciones, postulado y elegido para secretario general del cabildo, estuvo como autoridad. Pronto fue presidente de la junta de su vereda, ayudó como docente integral en una escuela del resguardo y también fue alcalde de su zona. Se retiró un tiempo de las tareas del cabildo para estar al tanto de su familia y su finca en Tunia, un municipio a una hora de Silvia.
A mediados de 2017 lo llamaron las autoridades del cabildo y le propusieron nuevamente el cargo de coordinador de comunicaciones de la radio que está en Silvia, Namuy Wam. La experiencia en varios cargos dentro de su comunidad le daban las herramientas necesarias para ocupar el cargo.
—Pedro, usted por qué no se va y dirige la emisora del cabildo y se apropia de ella. Necesitamos a alguien que esté ahí difundiendo lo que el cabildo hace. Usted sabe de eso—, mencionó un mayor mientras que Pedro salía de las oficinas.
La idea quedó en la cabeza de Pedro y sin más, dijo que sí a la prepuesta. Empezó esa aventura que ya tiene 4 años, pero también a contribuir a esa radio que lleva 21 años transmitiéndose. “Desde ese momento los mayores se han apropiado mucho de esto porque ellos saben que es por aquí que se informan”, recuerda Pedro con la mirada baja y tocándose los labios.
Pedro que ha ido y venido en diferentes cargos siempre tiene un espacio para la radio. Hoy no se ve preocupado por lo que pueda ocurrir mañana o el siguiente año. Si lo cambian de posición se dará por bien servido porque ha ayudado en lo que más ha podido a consolidar Namuy Wam.
Después de 15 minutos de caminata desde el hogar de los padres de Pedro a la casa de la emisora, él está listo para comenzar el programa. Su compañero de emisión, el taita Eduardo, le indica los últimos detalles antes de entrar a cabina. Se cierra la puerta, se enciende el letrero que tiene marcado ON AIR y se escucha el primer saludo a los oyentes.
—Maya misakwan mey Leste tap kualmawa putreitamap istua, ñimpa tatamerey munchiyu lincha wantrap, tretøwey namuy srempaleikwey munchiyu, maya ñiken pay pay.
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